Cada día puede estar lleno de situaciones y obligaciones que tal vez no me agraden. Si permito que lo que ocurre fuera de mí determine cómo me siento, me será difícil mantener la paz. Cuando dejo ir y confío en el desarrollo perfecto de mi vida, no tengo que juzgar las experiencias como buenas o malas.
Dios mantiene el balance y cuida de mí según navego por los cambios de la vida. Ya sea que afronte cuentas por pagar, un proyecto extenso o responsabilidades en mi profesión o en mi familia, confío en Dios.
Me aparto por un momento y descanso. Tomo tiempo para aquietarme, para saber, para realinearme con el poder y la presencia de Dios. La ansiedad se disipa al reconocer que Dios es amor, y que yo soy amor en expresión.