De niña, yo era “la niña gorda” y detestaba serlo. Pero me encantaba la comida. Me gustaba cocinarla, comérmela y servírsela a otros. Sin embargo, me sentía miserable por estar gorda. Me agarraba el rollo de grasa en mi barriga con las dos manos e imaginaba que me lo cortaba. Pensé en entrar al Ejército porque me obligaría a hacer ejercicios. Incluso fantaseaba con contagiarme con alguna enfermedad que me hiciera perder peso automáticamente.

Tenía todos estos pensamientos drásticos y desesperados porque me sentía fuera de control. Ningún esfuerzo para perder peso había funcionado. Hice ejercicios, dietas descabelladas, programas de recuperación de 12 pasos, tomé pastillas, leí libros de autoayuda e incluso estuve en terapia. Cuando llegué a los 20 años, tenía 50 libras de sobrepeso. Mi peso subía y bajaba unas 20 a 40 libras. Sabía que no podría pasar el resto de mi vida así. Pero no sabía qué hacer.

Luego, en una reunión de comedores compulsivos, conocí a una chica que había sido obesa, había logrado perder el exceso de peso y había comenzado a comer compulsivamente otra vez. En su esfuerzo para controlar su peso, se había vuelto bulímica.

En este día en particular, ella estaba compartiendo con el grupo que no había comido compulsivamente ni vomitado en dos semanas. Dijo que el deseo de hacerlo se había ido. Yo me di cuenta de que ella se veía diferente. Tenía confianza, aplomo y hablaba con mucha claridad.

Varios días después, supe de otra chica que tuvo una experiencia de transformación similar. Ambas habían recibido ayuda de Roy Nelson, un líder espiritual al que yo conocía y quien ayuda a las personas a superar sus adicciones.

Le pedí ayuda a Roy y mi vida comenzó a cambiar. Ya no me sentía impulsada a destruirme con comida. Mi autoestima floreció y pude convertirme en la persona que Dios tuvo en mente cuando me creó. Me sentí tan conmovida por lo que me pasó a mí y por lo que atestigüé en otros, que me uní a Roy para ayudar a otros a sanar. Hemos estado trabajando para ayudar a otros durante décadas. Hace ocho años, Roy también se convirtió en mi esposo.

Comer emocionalmente —y la adicción a la comida— es probablemente la más difícil de las adicciones, porque tienes que comer tres veces al día. Con las drogas y el alcohol, puedes dejarlos atrás, seguir caminando y no volverlos a tocar. Pero, con la comida, debes sacar a ese dragón fuera de su jaula tres veces al día, ¡y luego volverlo a meter!

Casi toda la gente intenta perder peso controlando lo que comen y haciendo ejercicios. Mas cuando comes emocionalmente, estos dos métodos por lo regular fracasan. La gente abandona sus dietas cuando las emociones toman el control, cediendo así ante las ansias de comer. Pero las compulsiones son síntomas de causas más profundas. Cuando dichas causas se enfrentan y se sanan, las ansias se disuelven automáticamente.

Después de 30 años ayudando a las personas a sanar e investigando la condición de comer emocionalmente, he identificado lo que ahora llamo la “Anatomía del comelón emocional”, una combinación de rasgos de la personalidad que en realidad crean mucho del torbellino emocional y el estrés que el comelón emocional desea anestesiar con la comida.

Por ejemplo, uno de los rasgos más comunes entre los comelones emocionales es que son “complacientes con los demás”. Aquellos que luchan de manera crónica con la comida y el peso están por lo regular atrapados con demasiados proyectos y haciendo demasiados favores en un esfuerzo por complacer a los demás.

Lo que ocurre cuando asumimos demasiadas responsabilidades, esperando reconocimiento (consciente o inconscientemente) es que acabamos exhaustos y llenos de ansiedad. Y, cuando no recibimos el reconocimiento que esperábamos, cuando la gente no está tan “complacida” o no aprecia nuestros esfuerzos tal y como lo habíamos planificado, entonces, nos resentimos. ¿Y qué hacemos? ¡Lo adivinaste! Vamos a casa y nos satisfacemos con una pequeña comilona de “yo me lo merezco”. Nos recompensamos con nuestras comidas favoritas y “nos comemos” a la gente que no nos da el crédito que sentimos que merecemos.

Desarrollé “Sana tu hambre”, un proceso de 7 pasos para acabar con la condición de comer emocionalmente, porque quería ayudar a las personas a disfrutar su comida, su cuerpo y sus vidas sin sucumbir a dietas descabelladas o programas de ejercicios insufribles.

Estos siete pasos llevan a una persona a una tener una conexión más profunda con Dios. Cuando nos sentimos conectados con Dios y con los que nos acompañan en este viaje de sanación, ya no nos sentimos solos, diferentes ni temerosos.

Cuando nuestros corazones están llenos, ya no estamos aislados en este camino de la vida y nuestras ansias por comer en exceso se disuelven.

La Palabra Diaria ha sido una inspiración en mi camino espiritual. Siempre le sugiero a la gente que la haga parte de su práctica diaria de cuidado propio. Cuando alguien necesita apoyo espiritual, a menudo comparto el número de teléfono de Silent Unity.

Cada día me levanto agradecida por poder compartir mi historia, tomar de la mano a otras personas que comen emocionalmente y caminar con ellos por este camino de sanación. No hay nada más dulce que eso.

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