La fe de María inspira a una madre primeriza a recordar su propia fuerza y resistencia innatas

Arrullo a Jackson, mi hijo de tres años, para dormirlo a medianoche. A pesar de la hora, me siento agra­decida por tener un rato extra con él. Recuerdo el tiempo que estuvimos separados cuando él estaba recién nacido.

Durante los primeros cua­tro días de su vida, mi hijo estuvo en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales (UCIN). A pesar de que yo casi no había dormido, el sonido del teléfono en mi habitación del hospital me hacía despertar de un brinco, como un niño la mañana de Navidad.

La llamada significaba que era la hora de ir a alimentar a mi bebé y cada minuto con él era un regalo precioso que recibía con entusiasmo.

Circunstancias inesperadas, expectativas cambiantes

Era mi primer embarazo, así que había pla­neado todo para el día del parto. Quería la expe­riencia de un parto natural y había leído mucho para prepararme bien. También tomé clases de parto consciente y practiqué yoga prenatal.

Ima­ginaba el júbilo de mi familia mientras daba a luz. Apenas podía esperar a que el doctor pusiera a mi bebé en mis brazos.

Pero el nacimiento de Jackson fue muy dife­rente.

La necesidad de hacerme una cesárea inició una serie de intervenciones médicas y quirúrgicas atemorizantes. El parto fue largo y doloroso y culminó con mi bebé siendo llevado, sin respirar, hasta la UCIN. No pude verlo sino ocho horas después de nacido.

Sentía que Dios me había abandonado. Había hecho mi parte preparándome. ¿Por qué Dios no me apoyó?

Mientras me recuperaba en el hospital, tuve tiempo para recordar otro parto que no ocurrió según lo planeado: el nacimiento de Jesús. El Evangelio de Lucas describe cuando el Ángel Gabriel se le apareció a María diciendo: “¡Salve, muy favorecida! El Señor está contigo” (Lucas 1:28).

“¡Salve, muy favorecida! El Señor está contigo”.

La fe de María en cada uno de nosotros

María aceptó el mensaje de Gabriel con fe. Sin embargo, ella también enfrentó desafíos, mas nada cambió lo que ella sabía que era Ver­dad. María tuvo fe y sintió paz porque sabía que su jornada no dependía de cómo se veían las cosas en lo externo.

El bien surgiría porque Dios estaba en ella.

Apliqué la historia de María a la mía. Me di cuenta que la clave era no ver mi circunstancia como una ausencia de Dios, sino como un modo de utilizar mi fe y mi poder de perspectiva para sentir Su presencia.

Si quería avanzar con fe y paz, yo también debía procesar el nacimiento de mi hijo de una forma que me hiciera sentir amada y apoyada. Necesitaba poder decir “Yo soy favorecida, Dios está conmigo”.

Me di cuenta de que debía apreciar cómo Dios había estado conmigo durante el nacimiento de Jackson.

Comencé permitiéndome sentir tristeza, temor y enojo. Solo entonces estuve lista para identificar el apoyo y los recursos que tuve durante el parto.

Un mayor significado para mi propia historia de nacimiento

Me permití sentir ese apoyo y apreciarlo. Entonces, descubrí otras cosas por las cuales sentirme agradecida, principalmente que mi hijo y yo llegamos a casa sanos.

Gracias a la autoreflexión, comencé a cambiar cómo me veía a mí misma y veía el nacimiento de Jackson. Me pregunté: ¿Cómo superé ésto? ¿Cómo me ha ayudado a crecer? Empecé a verme fuerte, resi­liente y adaptable.

Como María, saqué fuerzas al discernir el mayor significado y propósito de mi historia. Esa experiencia me dio el regalo de un amor infinita­mente profundo por mi bebé.

En cada momento junto a mi hijo, estoy completamente presente y agradecida. Siento más completamente que Dios está siempre conmigo. Contemplar a mi hijo a medianoche me recuerda que la vida está llena de retos, pero que cada momento es una oportunidad de practicar la fe que María demostró.

Cada experiencia nos brinda la oportunidad de expresar lo Divino, de apreciar el bien y las bendiciones. Durante momentos obscuros, puedo alumbrarme con la luz del Amor de Dios y ver la Verdad.

No importa cómo sean las cosas externamente, Dios está en todas las personas y situaciones. Cuando reco­nozco la presencia de Dios en mi vida, sé que soy favorecida y sé que soy amada.

Acerca del autor

Karmen Bennett es miembro de Unity de Columbia en Missouri, donde reside. Ella es parte del equipo de escritores de Daily Word y trabaja como consejera de salud mental.

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