Nuestras cicatrices ayudan a escribir nuestra historia. También señalan nuestra belleza inherente.

Las cicatrices aparecen en una variedad de formas y tamaños. Las que vienen a la mente con más frecuencia son las corporales. Muchas de estas son testimonio de una vida bien vivida. Dan voz a los momentos de la infancia.

Mis rodillas ásperas cuentan la historia de cuando trepé a un árbol y salté de la rama más alta hacia un montón de hojas porque estaba convencida de que amortiguarían mi caída. También está la delgada línea en la esquina de mi labio que me recuerda el día en que me convertí en la Mujer Maravilla de 10 años salvando a mi hermanito de un bravucón.

Por supuesto, hay otros tipos de cicatrices. Cicatrices dejadas por una vida de adicción y de visitantes no deseados, así como cicatrices emocionales y espirituales. Estas cicatrices las hicieron las voces de otros que me decían que soy menos que mi propia magnificencia y que soy cualquier cosa, menos una encarnación de la belleza. Estas cicatrices se convierten en un yugo de vergüenza.

Dejemos que nuestras cicatrices nos diseñen.

Todos tenemos diferentes tipos de cicatrices. Cada una relata una página o capítulo de nuestra historia, y nuestras historias importan. Ya sea que nos demos cuenta o no, debajo de todo, nuestra narrativa apunta a la belleza que es inherente en toda vida.

Sin embargo, creo que nos confundimos acerca de la belleza. Con demasiada frecuencia, la palabra belleza es usada para designar el valor de las apariencias externas; es un juicio humano. Como resultado, he crecido un poco confundida sobre la belleza y cómo se aplica a mí.

Tendemos a ver surgir la belleza como simetría, armonía, equilibrio o proporción. Como resultado, a menudo me preguntaba mientras me miraba en un espejo: “¿Qué estoy viendo que no está en armonía, que no es simétrico, que está fuera de balance o que no es hermoso?”

He aprendido que cualquier respuesta a esta pregunta apunta a un pedazo de mí misma no vivido y sin amor que espera ser atendido, para ser llevada al equilibrio de mi plenitud. No hay parte de mí que pueda quedar fuera de la ecuación de la “belleza”.

Viendo con el “ojo” en lugar de con el “yo”

Si miro de cerca un árbol, mis “ojos” ven ramas muertas, hojas desgarradas y una corteza áspera, como las cicatrices de mi cuerpo.

Lo que “yo” veo es el árbol que se erige en toda su majestuosidad y esplendor mientras testifico el ritmo perfecto de la belleza imperfecta.

Todos estamos familiarizados con la frase “la belleza está en el ojo de quien la mira”, así que ¿estoy mirando con mi “ojo” o con mi “yo”?

Cuando miro con mi “yo”,la belleza lo es todo, es todo. No es lo que veo con el juicio de mis ojos o lo que tú dices que es hermoso; se trata de recordar que existe ese lugar intacto de la gracia, el corazón de la integridad en toda vida.

En esta exquisita inocencia que nos salva, nos une, nos sana, nos empodera, nos sustenta y nos vuelve hermosos.

El árbol no sería árbol sin todos sus elementos. El universo no sabe nada más que crear belleza, y mi trabajo es recordar que soy parte de ese universo. Mi historia en todo su esplendor y en todo su desenfreno es una semilla de la gran historia universal.

El Tao nos invita a ralentizar, observar el agua que ha sido agitada por las tormentas y a esperar a que el lodo se asiente para que pueda ver por completo lo que es mío—ya sea la historia de la corteza áspera que ha crecido durante siglos en este árbol o que la historia de mis cicatrices—puedan aclararse y salir a la superficie. La belleza me pide que esté con mi historia, que la atienda hasta que pueda ser tocada por ella y ver con mi “Yo”.

Permito que mi historia me convierta en un hermoso instrumento con cuerdas que pueden ser tocadas por los vientos de mi experiencia, y luego interpretadas por mis manos, creando una sinfonía por lo que digo y lo que hago en la historia aún por escribir.

Es una historia que añade belleza al universo, una belleza conocida solo como yo.


“Sino el interno, el del corazón, en el incorruptible adorno de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios”.—1 Pedro 3:4


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Acerca del autor

La Rev. Kelly Isola es experta en desarrollo personal y organizacional. Es autora, consultora, visionaria académico-profesional y sanadora.

 

Rev. Kelly Isola

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